viernes, 28 de agosto de 2009

165

Te subiste y empezaste a tocar los asientos.
Hablabas, no se bien de qué, si de la calle o de tus padres, del feliz retorno a los hogares o del flagelo de las drogas. Me quedé prendida en tus ojos y se me cerraron los oídos. Me diste la mano. Después un alfajor celeste.
Balbuceaste algo como “a voluntad, sino pueden no importa”. No podía hacer otra cosa más que mirarte.
Gesticulabas. Cada tanto cerrabas el ojo derecho.
Y cuando volviste, te di nada. Nada era mucho, ambos lo sabíamos y quisiste ser justo. Con esos ojos no hacía falta. Casi te lo dije.
Te sentaste al lado mío, tarareabas. Abrimos al mismo tiempo los alfajores, al mismo tiempo los mordimos. Reímos. Me erguí, de pronto entendía. La simultaneidad. Vivir es insoportable sin la simultaneidad o el encantamiento de unos ojos cualquiera. La injusticia y el dolor no pueden todo. Sí, creí que te entendía.
Te bajaste, como me iba a bajar yo después, me guiñaste el ojo derecho desde el cordón (afortunadamente siempre cerrabas uno solo) y yo te sonreí tanto, pero tanto te sonrío mi alma, que me cansé. Cara roja, ojos hinchados. El corazón arrítimico.
Y aunque es insólito me hubiera mordido la lengua con tal de haberme bajado con vos.

Curioso, también, nunca lo hubiera hecho.
Volví a mí y a las luces de la avenida, mucho más opacas que tus ojos.
Desde ayer, los extraño.

jueves, 13 de agosto de 2009

Anemia Circular

Boca abajo. Escribo. Ya no me importa. No entiendo. Ganas de llorar. Me siento. Me paro. Se cae una lágrima. La seco. Golpean la puerta. Es papá. Acá estoy, pasá. Me mira. Quiero que me hable. Le pregunto como está. Me dice que bien. Está despeinado. Sus ojos brillan. Se va. No sabe para donde. Le digo. Lo pierdo. Enchufo la estufa. Prendo un cigarrillo. Qué lindo qué lindo el calor en los pies. ¿Qué me está pasando? Se abre la puerta. Mi gata. Entra. Ronronea. Le muerdo la panza. Se va corriendo. La pierdo. Me duelen los pulmones. No sé donde están. Me duelen igual. Me miro al espejo. Tengo ojeras. El pelo me cubre las tetas. Soy feísima. Soy mi papá. Siempre me lo dicen. Sonrío. Ahora soy hermosa. Tengo seis años y seis lunares. Uno debajo de la nariz. Dos colitas. Soy narcisista. Me amo. Me amo cuando me odio. ¿Seré linda cuando crezca? ¿Me moriré alguna vez? Ahora vuelvo a él. Imágenes sucias. Divinas. Mojadas. Lo detesto. Pero lo amo más. Lo veo verme y lo amo porque ya crecí. Los extraño a todos. A todos los que se fueron. Pero más a él. Era el más gordo. Sonrío otra vez. Me muero por fumar. Y ella no existe. Yo tengo el pelo más largo. Miro los edificios. Amarillentos. Yo siempre estaré a tu lado. Tengo miedo de fumar. No me quiero morir nunca, ¿y tu Quique? Lo armo, salgo. Abro la puerta. Me siento. Luna llena. Pálida. Siento que no tengo sangre. Entro. Papá otra vez. ¿Dónde vas? Estoy buscando a Ariel. Ariel no está. Vamos a la pieza. Lo abrazo. Quiero que el sí sea para siempre. Tal vez. Lo tapo. Apago la luz. Me choco con la cama. Puteo. Quiero agua. Mis mejillas están duras. Me encantan las cosas duras. Él vuelve. Está parado adelante mío. Sonríe. Nada es imposible para mí. Tengo seis años. Todo el mundo es mío. Nadie me duele. No lo toco. No me toca. No conozco su lengua. Ni ella a mí. Soy hermosa. Me lo dice. Le creo. Bebo. Me arden las encías. Edificios otra vez. Boca arriba. Miro el techo. Leo “tengo que hacer la maleta del ser/tengo que existir haciendo maletas”. Claro. Otro cigarrillo. El lunes lo dejo. A partir del lunes no me muero más. No voy a dormir. Martín me llama. Me pregunta por el chiste. Le digo el lobo le dice a caperucita ai lobiu y caperucita le responde ai caperucitiu. Se ríe. Se va. Lo pierdo. Se me cierran los ojos. Levanto las piernas. Las apoyo en los edificios. Crezco. Quiero que él me abrace y es imposible. Ya no me duele. Le digo andate. Le digo me voy. Es de verdad. Suspiro. Nadie se parece a él. Son todos inofensivos. Otra lágrima. Me la seco. Sonrío. Suspiro. A vos también te extraño, ácrata. Soy un espejo. Nadie me mira a mí. Buscan su imagen. Salvo, él, quizá. Me rompo. Lo miro. Estoy descalza como la última vez. No me quiere. Nunca vamos a envejecer. Boca abajo. Escribo. Ya no me importa. No entiendo. Ganas de llorar. Me siento.

martes, 11 de agosto de 2009

Hoy me enteré...


que ella es tu princesa

y yo la reina de las perdedoras.




domingo, 2 de agosto de 2009

De tu cuerpo

Ganas.
Insoportables ganas de vos, de tu brazo, del rayo de tu ojo izquierdo sobre mi hombro, de romper estas hostiles cadenas, de morderte la nuca, de respirarte el oído, de lamerte la piel, de untarte con miel, de devorarte, de mojarme de vos, de olvidarme de todo, de transformarme en una amorfa y sublime amnésica, de tirar el reloj con el talón, de que estalle en el piso, de treparme a tu espalda, de encastrar mi rodilla en tu hueso de la cadera, de beberme tu aliento, de digerir tu alma, de olvidar tu cara, de recordar tus piernas, de que me hagas gritar, y que no me reste nada por hacer,
Mas
que
Fumarme cuarenta cigarrillos porque de alguna manera hay que intoxicarse después de tanta sal, de tanta saliva, de tanto vos, de esta sobredosis de momento, de vida, de esperanzas, de labios, de tu pelo, de roces, de cuero cabelludo mojado, ay si, de mi pelo cubriéndote las tetillas, y que nuestros virus se mezclen para siempre, que nos enfermen de lo lindo
Y
Después
derretirme cuando sonrías y desintegrarme cuando rías y no entender por qué creés que te estoy rechazando cuando no te estoy rechazando y preguntarme cómo podés pensar que yo sería capaz de rechazarte a vos y preguntarme quién sos pero aceptarte igual
Y odiar a la vida porque ya no nos deja, porque otra vez la puta deshora, porque el tiempo es una agujereadota macabra, porque todo es mentira, porque
en la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo
Y extrañarte tanto, tanto, desear tanto tu cuerpo invisible
Y pegarle sistemáticamente al olvido, noquearlo,
Y acumular intentos, acarrear bolsas llenas de piedras en la espalda
Y tirarlas en el mar, arrojarlas con ira, llena de furia
Porque
No te alcanzo
Porque sos un espejismo, algún tipo de oasis
Porque solo puedo cojerte con palabras.
Y volver todo-el-tiempo a ellas, a escribirte, a narrarte, a contarnos
(Hasta de la sopa hago una operación dialéctica)
Y así, me inflo, y vuelvo (siempre vuelvo) a creer que existimos, y toco la alegría aunque
yo creo que ni vos ni yo tenemos demasiado la culpa. No somos adultos. Es un mérito pero se paga caro. Los chicos se tiran siempre de los pelos después de haber jugado. Debe ser algo así. Habría que pensarlo.