miércoles, 28 de abril de 2010

Depilación

En la China y en las Islas Sandwich, nuestra educación sexual sabe perpetrarse por medio de tres vías. No hace falta que sonrían enigmáticamente por más que hayan adivinado que acabo de aludir a Príapo, a Gummo, a Zeus y a Cebita.
Volguemos más cante jondo en las trimentadas vías paralelas del coñito áureo y del miembro, el que se ubica campechanamente, aunque no de una manera pragmática que, justo es decirlo, hubiera sido infalible pero tambíen montaraza, procaz, celeste, bordada a mano, filigranada, de luz natural, soez, carente de las más elementales normas de higiene aptas para los equinoccios, para los soliloquios, bajando un poquito la misma luz natural de ese cuarto amarillo (o no) que llamaba clandestino y en el que reina la murciélaga del lupanar. Esta dama sabe consagrarse a ciertas labores de pacífica penetración a las que ya Leibniz había aludido, y que tanto se asemejan a una manada de gansos pero mexclando los sexos que no son siempre todo lo apretados que se quisiera, en ocasiones aparecen ciertos flecos que conviene suprimir pues aluden al ego.
(Alejandra Pizarnik, "El textículo de la cuestión")

viernes, 16 de abril de 2010

Ritual

Es divertido jugar, sentir que somos una pareja pero qué mentira, a lo sumo uno o muchos, pero nunca dos, nunca separados uno del otro aunque estemos en extremos opuestos en cualquier lugar. Recuerdo que un día te sentaste en mi cama, con esa cara de conejo interior que llevabas puesta, muy hermoso como sólo vos podías ser, alternando sonrisas y abrazos, de acuerdo a donde nos conducían los libros o las paredes de mi pieza. Exististe en mi habitación como un sueño de vigilia. Desde entonces, siempre sucede que al rato nos notamos inquietos, insuficientes en nuestros cuerpos y nos encastramos sin que quede un pedazo de aire en el medio de tu abdomen y el mío. Mas precisamente lo hacemos después de hablar de cosas que se dicen solas, anécdotas, el mundo (que no nos gusta o sí) de tu día y el mío, del dinero o las enfermedades terminales. Una vez que nos unificamos, que nacemos de vuelta, no sabemos bien que decir. Es ahí cuando nuestros ojos hablan, recitan poesías o cuentos maravillosos, explican sustancias indescifrables y oscuras como luces, de esas que cada tanto se ahogan un poco en su propio brillo. Nos indiferenciamos tanto que suelo confundirte conmigo, y llego a sentir (no sin asombro) que soy yo la que se está mirando con tus ojos y me veo brillante y pálida a la vez. Suelo cambiar de tema, un poco encandilada. Llega el glorioso momento entonces, en el que encuentro una excusa, que es tu espalda. La acaricio con mi mano y descubro un cordón montañoso, ondulado, lleno de historias. Me gusta transformarme en arqueóloga y descifrarla, como si buscara entender qué genética pudo hacerla tan a mi medida, que ríos corrieron en otros tiempos y la trasladaron tan cerca de mis sábanas. Lo que sigue es encontrar tu boca. Al principio la muerdo como si fuera un chicle, es divertido iniciar así el ritual. Vos te quejas y en seguida buscas la mía y finalmente aceptamos que eso era lo que queríamos, descansar en nuestros respectivos labios como si fuera un pedazo de tierra vislumbrado desde un horizonte tormentoso. Nuestras lenguas nos purifican y vaya una a saber qué neurotransmisores nos dicen qué cosas, pero todo es colores y ruidos. Me olvido de mi habitación, de vos y de mí, y ya estoy en otro lado, lejos de todo lo que me hace bien o mal. Todo esto porque me mostraste que sos (y acaso fuiste siempre) una parte de mí, que configuras mi alma y que no necesito buscarte. Y es un descubrimiento tan real que tengo que olvidarme de él, cada tanto, para poder, por ejemplo, dormir. En seguida vuelvo a vos y la habitación es una nebulosa, solo un escenario para nuestro cuerpo que se cierra cada vez más en sí mismo. Lo que sigue nunca puedo recordarlo.

domingo, 11 de abril de 2010

Destellos de mi mañana surgidos de vos hacia el sol, en reversa, mi piel acariciándote los dedos, salir al mundo después, recibir el golpe. Quisiera escribir como siento, no recortar ninguna letra, arrojarlas, dejarlas caer confundidas en el cielo. Mi padre me mira los huesos, sus ojos brillan, desaparecen los velos. Afuera existe el orden, el control, también el miedo. Cuando yo lo miro nunca es sencillo verlo, él es tantos y a la vez sólo eso, algunas palabras para expresar todo, líneas, fulgores. El resto, la incomodidad de serme acomodada en un banco de acero, sobrando siempre un poco, aceptando, sonriendo. Las calles tergiversadas me dictan el rumbo, recurrentemente al sur, resbalosas, fieles a sus credos. Y vos otra vez, inédito en mi soledad, imagen de mis imágenes, motor de mis adentros. Destello de mi mañana surgido de tu mano hacia el sol, las sábanas en el estómago sonando, regalos excesos raices cuentos.