jueves, 18 de noviembre de 2010

Ese revoltijo de flores marchitas y yuyos verdes que se hace llamar adultez

Y va llegando, como agazapado, el momento de pensar en estas cosas, de cambiar la piel o de inventar – uff – nuevas esperanzas. Así es como de pronto te ves transformada en una mujer moderada, con desfasajes ocasionales, pero esencialmente ubicada, con aspiraciones y parafernalias concretas y la vez tan inmensa de nostalgia que podrías llorar con el solo recuerdo de una tarde de verano.

No sé.

Ayer mi psicóloga sugirió que escribiera de esto, pobre, le quemé la cabeza con la muerte. Ambas sabemos que sublimación nos ahorra un síntoma y que no hay tu tía con tamaño subject.

Estoy así. Me encuentro bastante asustada por los flujos -de cómo llamarle, ¿información? –que se aproximan como en oleadas y penetran en mis neuronas y en mi pecho. Curioso, una se pasa la vida deseando el crecimiento emocional y cuando aparecen las respuestas parece que no se está preparada. Qué decir, soy una histérica.

Es que hoy sé que mi viejo se va a morir y que el tiempo ha pasado. Él mismo me ayudó a descubrirlo ayer - claro que es obvio, pero aprender y aprehender, la h en el medio-. Me encuentro explotada de un sentimiento tan profundo, parecido a la tristeza pero mucho más incatalogable, más abarcativo y espeso. Algo así como imaginar que nos enterábamos de su enfermedad sabiendo lo que hoy sabemos sobre ella, o de vislumbrarme con el semblante de los veinticuatro años pero teniendo doce. Sí, la inmensa e insustituible experiencia de la vida, esa sabiduría que cae sobre lo ya vivido y lo vuelve poco más que una postal. Volver a nacer, esta vez en un mundo más finito, más imperfecto.

Cuando miro fotos viejas en las que estoy, siento lástima por mí. Me veo entrando en la foto, acalorada, aleccionándome desde el futuro, como diciéndome: “hacé tuyo el olor de esas flores de azar, porque el limonero en unos diez años estará muerto. Yo estoy ahí y desde acá tu sonrisa inocente me hace tiritar”. Basura nostálgica por kilo, mil caminos que parecían de cemento y eran hologramas, decepciones.

¿Y qué esperaba yo, entonces? Quizás una corporalidad eterna, la comprensión absoluta de las cosas, esas u otra quimera, da igual, nunca hubiera sido e-xac-ta-men-te eso. Lo cierto es que la brisa de esta tarde en primavera trajo consigo recuerdos y los siento una tumba, yo misma una tumba bajo un cielo lluvioso y gris.

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